Si la vida es imitación, el crimen, la literatura y el noir lo son también por fuerza. Imitación, no copia; seguir el ejemplo de alguien a quien se admira o en quien se reconoce autoridad. En todo caso, copia recreada, variada, para hacer nuestros modelos ajenos.

“Ocho asesinatos perfectos” es perfecto ejemplo: una asunción de caminos andados por otros en quienes se reconoce grandeza literaria o, en el caso del criminal, sapiencia asesina. No copia, porque Peter Swanson utiliza materiales ajenos con formas propias, con un sello particular en una propuesta arriesgada -ofrecerse abiertamente a la comparación es un acto de valentía- que contiene un reto y un sincero reconocimiento.

El desafío consiste en escribir un crimen perfecto; una aspiración siempre latente en la novela negra. Lo que quiera que sea un crimen perfecto: aquel del cual no se conoce autoría o ese otro que conduce a un callejón judicial sin salida porque no se puede condenar al responsable. 

El homenaje en «Ocho asesinatos perfectos» se tributa a los grandes del género, cuyos nombres y cuya influencia estilística se traslucen en una novela no solo entretenida sino interesante por su planteamiento y, lógicamente, por su desenlace y los hechos que al mismo conducen. Despliega el autor un vasto conocimiento de escritores y títulos y elige, ajeno a intereses estilísticos, ese tipo de narrar sosegado de la novela policial primigenia que no es menos perturbador, porque en la aparente placidez también actúa el mal.

Late en la historia un respeto por la literatura y los libros del género criminal exento de idolotría, porque toma Swanson una saludable distancia y una cierta vis crítica sobre la desmesura comercial del fenómeno, con su inflación de títulos y una cierta fatuidad en la búsqueda de la originalidad y la influencia social.

La propia novela es un ejercicio de destilación bibliográfica, en una trama en la que un librero se ve impelido a investigar un serial criminal conducido a través de las obras recogidas en una entrada del blog de su establecimiento en el que recomienda, precisamente, ocho ejemplos de ficción con crímenes indescifrables.

Y sobre todas las virtudes de un libro estupendo figura el reconocimiento, clave además en “Ocho asesinatos perfectos”, al sombrío talento de Patricia Highsmith y la cumbre criminal que es “Extraños en un tren”.  

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Merece la pena regresar a Ricardo Piglia y ese pequeño tratado de novela policial que encontramos en «Los casos del comisario Croce» (especialmente, el relato que lleva por título «La Conferencia»). El pesquisa asiste a la charla de un escritor de historiales policiales y el conferenciante diserta sobre el crimen perfecto, utopía y negación -afirma- del género negro: los autores buscan el crimen perfecto que tiende a la ocultación y a permanecer sin resolver y, pese a su invisibilidad, se empeñan paradójicamente en reconstruirlo y en empeñarse en aclararlo.